SANCTASANCTORUM
Parte 8
- Es muy sencillo, compañero. Estaba en mi cuarto enfrascado en mis ejercicios de concentración, cuando me ha asaltado un mal presagio sobre tí. Me he sentido obligado a confirmarlo o descartarlo de una forma más segura, esto es, repetir el ejercicio ayudado de tu presencia.
- ¿Un mal presagio? -pregunté a César, mientras imaginaba sombras siniestras acechándome en la penumbra de mi celda.
- No quiero que te preocupes. Tú solo concéntrate en mirar la rosa para que pueda aclarar la visión de los símbolos.
Le obedecí. En silencio, la atmósfera se fue cargando, haciéndose pesada. Cada vez me costaba más mantenerme erguido hasta que, de repente, estalló. César cerró su puño, ocultando la rosa, y me miró penetrántemente a los ojos, dándome las malas noticias sin necesidad de abrir la boca.
Antes de marchar, me puso su mano en el hombro y me dijo que lo más inteligente era alejarme cuanto antes de la Orden de mi Tío Gregorio.
Aquellas palabras me ofuscaron terriblemente. Durante una eternidad, me sumí en un torbellino de preguntas que no hicieron más que aumentar mi confusión. ¿Debía creer a César? ¿No podía confiar en las intenciones de mi Tío? ¿Tendría que marcharme o quedarme? Finalmente, decidí afrontar lo que tuviera que venir, pero no con resignación, sino con valor.
Transcurrieron tres noches desde entonces hasta que llegó el día, por llamarlo de alguna manera, en que me encontré cara a cara con mi destino. Llegó a mis oídos que César había muerto en la cama y debía asistir a su funeral, pues esa era una de las normas que había aceptado.
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